Ni citaré a Jacques Brel ni a Jean Monnet. Sólo cinco cosas que he aprendido tras casi cuatro años como corresponsal en Bruselas:
Bruselas es nuestro Washington. Nunca ha sido tan patente como ahora, pero tampoco es nuevo sino producto de una progresión constante. Tras los estereotipos de ciudad aburrida y llena de funcionarios que se dedican a asuntos irrelevantes a cambio de mucho dinero se encuentra el verdadero centro de poder en Europa. Y nos conviene que funcione bien, porque lo cierto es que aunque otra Europa es posible (igual que ‘otra Galicia’ u ‘otra España’ siempre son posibles), el proceso de integración comunitaria es irreversible. Un experimento histórico cuyo coste de oportunidad es incalculable.
Las posibilidades para el periodismo son infinitas. Nunca se acaban. Nunca. Quizás por eso los grandes medios y agencias tienen a corresponsales especializados por temas. Como periodista, cubrir «España» es misión imposible (¿por dónde empiezas?) y lo mismo ocurre con la Unión Europea, donde lo único que hace falta es tiempo y ganas. Lo demás suele estar al alcance de la mano. Una reforma legal importante que pasa sin pena ni gloria porque nadie se entera, una de esas personas interesantes y entrevistables que pasan por Bruselas a diario y por centenares, la evolución del continente que cada vez se parece más a un ser vivo de extremidades descoordinadas. Poder tener los ojos abiertos mientras eso pasa delante de ti es una escuela impagable.
Es la capital de Bélgica. Puede parecer una obviedad, pero es uno de sus encantos. Es la Jerusalén de dos lenguas, culturas y emplazamientos contrapuestos. Siempre en escrutinio, en conflicto más o menos soterrado. Siempre ingobernable. Un Estado que se interroga constantemente y en ocasiones hasta el surrealismo; en permanenete redefinición. Eso hace de Bruselas una ciudad por veces esquizofrénica, pero también un terreno de cultivo para ideas y artes y donde no saber qué lengua utiliza tu interlocutor desconocido es el comienzo de casi todo.
No es aburrida, pero sí muy gris. Gris por el cielo permanentemente encapotado, pese a las primaveras. Gris por la suciedad de sus calles, lejos de ese ideal de autoridad que en España se conoce como «Europa». Gris por la inevitabilidad de la burocracia o la mediocridad de algunos líderes aupados por las capitales. Pero no aburrida. Culturalmente es una ciudad vibrante y llena de oportunidades por lo heterogéneo de sus habitantes. Para todo lo demás, cerveza belga o dos horas en tren y avión a cualquier otra capital europea.
Tiene unos corresponsales cojonudos. El barrio europeo es pequeñito y navegable. No es Washington o París, donde mucha información llega por la televisión de noticias las 24 horas o a través de reportajes solitarios. En Bruselas hay mucho de lo segundo (en función del tiempo), pero también un contacto diario con compañeros del que se aprende constantemente.
Es, como siempre, lo último lo que hace que los cambios sean difíciles de digerir. Me voy a Madrid, tras cinco años en el extranjero, para fundar junto a un equipo excepcional un nuevo medio y probar formatos de futuro. Me voy a intentar construir algo a una ciudad que me recibe con los brazos abiertos, pero llena de pesimismo. Convencido como el primer día de que es posible contar historias allí donde suceden, vivir de ello y ser útil a una sociedad cada vez más huérfana. Consciente del privilegio del que disfruto, de lo mucho que queda por experimentar en internet y de que en una sociedad en crisis hay que practicar al máximo el criterio.
(Si este viernes 11 estás en Bruselas, tómate una copa conmigo. Para todo lo demás (ideas, contacto, preguntas) estoy en daniel [arroba] basteiro.com)